20 febrero 2006

Estaba escuchando ruidos fuera y pensé que llovía. Al mirar por la ventana comprobé que el suelo está seco y que el ruido lo provoca un inquietante viento que agita las ramas de esos dos árboles de ahí abajo cuyo nombre he vuelto a olvidar. A lo lejos las luces de la ciudad chispean como siempre y vuelvo una vez más a buscar por detrás de ellas las leves ráfagas de la luz del faro. Cuando todo queda en silencio, como ahora, el corazón se aquieta, se hace un ovillo en el sofá y empieza a lamerse sus heridas. Algunas veces me habla y son sus palabras antiguas un rumor de arroyo subterráneo que va repitiendo hasta que me duermo: “tranquila, cierra los ojos y confía, estoy aquí, contigo, como siempre…”

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