04 junio 2010

Me lo contó muchas veces y yo solía rastrear en su voz ese resto de desesperación lejana que tantas veces debió sentir conmigo: Llegaba la hora del almuerzo o de la cena y cuando me llamaba a la mesa yo, entretenida con mis cosas, le protestaba preguntándole por qué otra vez tenía que comer.

Pero ya nunca le volveré a escuchar ni esa ni ninguna otra historia, tampoco recuerda mi nombre ni parece reconocerme y sólo hay extrañeza en sus ojos cuando me mira.

Cuando la memoria se hunde en esas lagunas sin fondo arrastra igualmente trozos de vida de los que, todavía, miramos espantados la superficie.

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