Y tampoco tengo tiempo para pensar un título
Hubo un tiempo en que escribir me salvaba. Y tengo guardados en el altillo de una estantería un montón de cuadernos que tendré que quemar algún día (o pedirle a alguien que lo haga).
Luego fui aprendiendo (sí, muy poco a poco, demasiado poco a poco) a vivir sin tener que escribir, a defenderme tras los muros de mi castillo interior. Quizás es que un día terminas por fin de explicarte a ti misma y acabas por aceptar no sólo que eres diferente, sino que siempre vas a serlo, y que esa continua sensación de no encajar en el mundo constituye gran parte de tus señas de identidad que empiezas a reconocer con cariño, con el gesto a veces divertido, a veces preocupado, de un amigo cómplice.
El precio (todo tiene un precio, es cierto) fue perder el don de la palabra (lamento esta expresión tan excesivamente literaria, pero no tengo tiempo de ser original).
Por eso cuando todo a mi alrededor comienza a temblar las palabras ya no son un refugio. Sólo me salvaría huir, pero creo que es demasiado tarde. La realidad, que debe disfrutar muchísimo jugando conmigo al gato y al ratón, me leyó sin inmutarse la orden de suspensión de la condicional. Y esta vez no serán sólo unos días.
Ahora sospecho que tendré que aprender que al final ni siquiera somos eso.
1 Comments:
Pídemelo a mí, que sabré hacerlos desaparecer. Uno de mis vicios secretos -ya no es tan secreto ahora que lo digo- es leer trocitos de papeles de la calle, desde un banco en un jardín, de las golosinas, del suelo, así es que soy idónea.
Besicos
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