10 mayo 2006

Mi caballito de mar

Siempre me gustó tirarme de cabeza a las olas, no recuerdo nada comparable a la sacudida de ese rompiente de energía por todo mi cuerpo hasta sentir en la planta de mis pies las cosquillas que me hacían las burbujas.

Normalmente era fácil, todo consistía en esperar el momento justo en que la ola iba a romper delante de mí, aguantar fuerte la respiración y zambullirme un segundo antes. Luego salía casi de un salto, triunfando bajo el sol mientras una estela de espuma blanca se dirigía, derrotada, hacia la orilla.

Pero a veces el mar se vengaba, o simplemente quería que no olvidase quien mandaba allí...

Entonces siempre llegaba una ola que era más fuerte de lo que había calculado y quizás por culpa de un instante de duda (porque estas cosas de alguna manera siempre se intuyen) yo tardaba un momento más en sumergirme. Como cualquier alga minúscula acababa dando vueltas de campana sobre mí misma durante esos larguísimos segundos en que pierdes la noción de donde se quedaron el cielo y el suelo.

Cuando al fin recuperaba la estabilidad sobre el planeta las piernas me temblaban, el agua salada me irritaba la nariz y taponaba mis oídos y seguramente veía el mundo con la mirada estupefacta y agradecida de los náufragos.

Creo que la última vez que una ola me dio el revolcón tragué demasiada agua.

Y se me ha quedado un caballito de mar en el estómago.

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

  • ecoestadistica.com